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martes, 25 de mayo de 2010

Leandro Viernes: “Quiero ser hombre, no varón”

El músico defiende su pasión por la estética pop y ataca el imaginario machista: "Me han cagado a trompadas por usar el pelo de colores", dice.

¿Hay algo más pop que el concepto del viernes? Estrenar zapatos o remera, afeitarse o depilarse, elegir bar o boliche, todo se relaciona con dos de tantas ideas del pop: agradar(se) y divertir(se). Leandro Viernes es un compositor de pop sin intención de ser rock. No, amigos. “Lo que me interesa es ser cada vez mejor compositor, instrumentista y cantante de canciones”, aclara. Viernes por la madrugada, que no podía ser sino un álbum pop, es su nuevo y superador paquete de sonoridades. “El disco estaba sin terminar cuando falleció mi vieja, en 2009. La vida y la muerte son lo que importa, lo que cambia las cosas. La gran lección, para mí, fue que hay que hacer con lo que uno tiene: sus pocos o muchos instrumentos y su poca o mucha astucia, sobre todo.”

Arrancó como baterista de Adrián Cayetano Paoletti, desde su Adrogué natal, y estuvo por batir parches en Avant Press, pero necesitó mayor expresividad que la que ofrecían los palillos y se puso a componer. Así sacó el EP Audiosaludos y, en 2005, el disco Música para los ojos. Ah, los ojos. Ellos y su estrecha relación con el pop, donde mirada y oído se funden, y música e imagen conviven sin contradicciones. Qué lindo el pop, pero qué jodido vestir pop. “Me han cagado a trompadas por usar el pelo de colores. Recién pasé por Constitución y me comí un par de ‘¡puto!’. En la Argentina, el símbolo del varón es el que se toma cinco birras. No me importa. Quiero ser hombre, no varón. Ser varón y que te gusten los zapatos, acá, es un bajón: ¡son negros o marrones!”

Leandro no está dispuesto a vivir con los patrones de hombría que establecen que el varón deba ser “hosco, barbado, musculoso y hecho desde abajo”. Eso, entiende, es algo siniestro: “Te educan para que te hagas desde abajo para seguir sirviendo a un explotador. ¿Quién dice que tenés que hacerte desde abajo? ¿O desde arriba? Te hacés desde dónde podés, con la inteligencia y astucia que tengas. Que exista el programa Is Good to Be Rich... ¿de qué carajo estamos hablando?”.

Viernes es otro de esos músicos independientes un poco por elección y otro a la fuerza. “No soy mainstream, no soy del indie cool y chic, ni un niño rico que fue a colegios caros. No entro en ésa. Hago lo que puedo y como puedo, y no le rindo cuentas a nadie, con mis errores y aciertos. Es el precio que pagás, que no se venda mucho el disco. Pero tenés libertad y eso no es poco”, destaca el treintañero cantautor.

Viernes por la madrugada fue parido bajo esa lógica, mientras las revistas especializadas se enteraban casi mágicamente de la movida de zona sur. “¡Basta de robar con el Adrogué Sound!”, pide a gritos desde un bar de Constitución. “Victoria Mil se bancó mil pijazos. Emisor fue parte de Resonantes. Copiloto Pilato. Paoletti. ¿Qué les van a contar las bandas nuevas sobre los ‘90 y el indie a ellos? Todo bien, tendrán gente que los sigue, pero no es un fenómeno. Miranda! lo fue”, aclara.

Todo sobrevuela el disco: Machoman critica al Viernes violento por varón, en Río adentro recorre la ciudad y sus miserias, y en Recargado se equipara con un dispositivo que necesita un cambio de software. “Lo de Facebook es tremendo. Los pibes expresan su descontento juvenil con posts depresivos en lugar de arte. Nos llueven eventos culturales que sólo conocemos por Internet. Y lo peor es que se filtró la lógica de la televisión, la de las Divinas de Patito feo, en el rock, la vida y la cultura. Es una mentira. Muchos de los problemas que pasan con la música nos pasan por giles, por querer el Mercedes y salir en MTV.”

fuente: Luis Paz, Página 12 / No

martes, 11 de mayo de 2010

Los grandes ideales del pene

En estas líneas vamos a referirnos a un órgano que se encuentra en el cuerpo de los varones biológicos, un órgano que tanto ha dado que hablar a esta cultura occidental: el pene. Hagamos un breve ejercicio: primero pensemos en los nombres que se usan para llamar al pene; luego en aquellos que usamos para llamar a los genitales externos de la mujer, la vulva; por último, pensemos en los que se utilizan para denominar al ojo humano, e intentemos darnos un minuto antes de seguir leyendo...

- Los nombres del pene.

¿Qué descubrimos a partir de nuestro ejercicio? Es muy posible que hayamos caído en la cuenta de que manejamos más nombres para pene que para vulva y que, por alguna “curiosa” razón existen más expresiones populares para nombrar a los genitales que a otras partes del cuerpo humano.

Al parecer, la carga erógena que los genitales poseen, así como las valoraciones sociales y afectivas que les damos, hacen que proliferen los sinónimos para nombrarlos. Ahora bien, ambos genitales no parecen tener el mismo estatus valorativo, ya que por algo el pene se lleva la mayoría de los galardones a la hora de ocupar un lugar destacado en el lenguaje.

Sigamos ejercitando nuestras neuronas: pensemos ahora en los nombres que conocemos para llamar a una relación sexual... Tal vez algunos nos causen gracia, otros nos avergüencen, y tal vez algunos nos evoquen sentimientos eróticos de diferente intensidad. ¿Qué nos dicen estas diferentes formas de llamar a una relación sexual...?



La mayoría de las expresiones hablan de un coito vaginal entre dos personas, y además de transmitirnos una idea exclusivamente genital, heterosexual y monógama, también indican que concebimos estas relaciones como actos en los cuales siempre está presente el pene: la idea de penetración se trasluce en expresiones tales como “clavar”, “ensartar”, “serruchar”, “ponerla” (1), y colocan al pene como órgano ineludible para concebir un acto sexual.

- El pene valorado.

¿Qué moviliza este órgano, para que las distintas jergas lingüísticas lo recojan de tan diversas maneras? Para muchas producciones culturales, entre ellas el lenguaje, el pene ocupa un lugar preponderante. Históricamente, los cultos fálicos en Egipto, Grecia y Roma, entre otras civilizaciones, nos hablan de la importancia que muchos pueblos han dado a este órgano, como símbolo de fecundidad y “potencia” sexual.

En la educación que se recibe en la familia, los varones desde que nacen aprenden a valorar su pene de forma particular. El órgano frecuentemente es celebrado y festejado, por ejemplo cuando se le cambian los pañales al bebé y manifiesta erecciones o micciones sorpresivas, o mediante bromas sobre el tamaño del pene del recién nacido en un intento jocoso de establecer patrones hereditarios diciendo que “es igualito al padre”.

No falta por cierto algún padre o madre que juguetee con el pene de su hijo y le diga “¿para quién es esto? ¿para las nenas?”, en precoz y compulsivo entrenamiento no sólo en la valoración del pene, sino también en la enseñanza de la heterosexualidad como valor propio y exclusivo de la masculinidad hegemónica.

Conforme crecen, los varones toman contacto con un mundo lingüístico en donde el pene ocupa el lugar de objeto deseado y símbolo de poder, y por tanto como herramienta para producir no sólo “el” placer de muchas personas, sino también distintas formas de sometimiento.



El niño se socializa en un lenguaje donde el pene aparece no sólo en expresiones eróticas, sino también en diferentes formas de insulto y degradación que colocan a otras personas en el lugar de penetradas por ese pene con poder, de maneras reales y simbólicas. Ejemplos de esto aparecen en expresiones como “hoy el jefe me sentó en la máquina”, o “me están cogiendo (2) con la cuota del banco”, o “éste se la come doblada”, etc., etc., etc. Ese poder que simboliza el pene, lo que llamamos falo, muchas veces aparece en dichos y prácticas cotidianas, en expresiones de poder aparentemente alejadas de la sexualidad.

- El poder fálico tiene sus costos.

Este poder no resulta gratuito para quienes portan el pene: tener ese órgano valorado por la cultura requiere estar a la altura de las expectativas. Parece que hay que tener un pene de determinadas dimensiones y hacerlo funcionar siempre con erecciones potentes y perdurables para dar cuenta de la “potencia”. Es necesario penetrar para “plantar bandera” en aquellos terrenos colonizados en nombre de ese poder fálico y, por supuesto, para alejar fóbicamente la temible amenaza de terminar siendo el cuerpo penetrado por otro pene. En definitiva, estar “siempre listo” más allá de los deseos y afectos específicos que ese varón esté viviendo.

La educación sexual falocéntrica recibida por los varones hace que habitualmente se construya una idea de desempeño sexual exitista, cuantitativa y competitiva, centrada en la erección y la penetración. Esto provoca que muchos de ellos queden, en realidad, vulnerables ante cualquier “falla” que puedan vivir, y hace que consulten angustiados para que se les “reestablezca” ese funcionamiento más bien automatizado, o para agrandar las dimensiones del pene y así estar a la altura del modelo idealizado que han construido en sus cabezas.

La industria se nutre de estas inseguridades masculinas y las refuerza con la publicidad, y está también “siempre lista” para ofrecer miles de tratamientos rápidos con los cuales recobrar la potencia y aumentar los centímetros con cirugías, cremas y aparatos fantásticos y prometedores.

Los costos de portar un órgano tan idealizado hacen también que muchos varones construyan una imagen corporal parcializada, por lo que las relaciones sexuales sólo involucran la zona pélvica en detrimento del resto del cuerpo. Esa imagen impide la erotización de toda la piel para “sentir” y entregarse al encuentro, ya que “entregarse” se relaciona con la “pasividad”, y para el portador del órgano activo y poderoso esa empresa parece estarle vedada.

Aún así, poco a poco van manifestándose varones que se rehúsan a seguir pensando que su sexualidad sólo pasa por lo que tienen entre las piernas, que intentan explorar las zonas erógenas de todo su cuerpo, que se animan a viajar por otras posibilidades de erotismo. Son varones que ponen entre paréntesis las exigencias del poder fálico, para lanzarse a vivir una sexualidad más humanizada e integradora.

(Notas):

(1) Expresiones propias de la jerga popular rioplatense para referirse a una relación sexual.

(2) También en la jerga rioplatense la palabra “coger” se utiliza para llamar al acto de penetrar.

fuente: Rubén Campero, Centro de Estudios de Género y Diversidad Sexual

miércoles, 5 de mayo de 2010

Un nuevo feminismo, una nueva transexualidad

El no-binarismo, cuya consecuencia es transformar los sistemas cerrados de sexogénero en conjuntos difusos, está teniendo una serie de efectos en todos los conjuntos identitarios y en sus políticas.

En el feminismo, ha transformado lo que ya se llama “feminismo clásico” en un “transfeminismo”, todavía incipiente, pero que manifiesta señales de representar el futuro.



En él, alentado también por la teoría de la decolonización, el feminismo supera cualquier riesgo de limitarse a ser un simple corporativismo o sindicalismo de las mujeres, que tutele sus intereses inmediatos en competencia con otros, para volver a su pleno entendimiento como liberacionismo de género, protagonizado por mujeres (difusas) y por cualquier otra persona con planteamientos afines.

Así se supera históricamente la paradoja de que, cautivado por el binarismo generalizado, el feminismo, el primero de los movimientos de liberación de género, haya caído hace ya tiempo en un binarismo radical, concebido biologistamente como lucha de “mujeres” contra “hombres”, o de “todas las mujeres” contra “todos los hombres”.

De hecho, apenas tomó fuerza el feminismo, y a imagen suya, surgió otro liberacionismo de género, el de los gays, que resultaban ser hombres que sufrían la opresión de otros hombres, en términos mucho más violentos e incluso letales que la que sufrían las mujeres. Esto visuabilizaba que la opresión de género no era sólo de los hombres contra las mujeres, sino de los hombres contra algunos hombres por lo menos; e incluso, hacía pensar que, si había algunos hombres víctimas de la opresión de género, también podía haber hombres que no quisieran funcionar como opresores, y que la línea de la opresión de género, aun siendo de género, no pasaba por la separación biológica entre “hombres” y “mujeres”, entendidos binaristamente.

Tiene gran interés a efectos dialécticos, es decir, a efectos de discusión histórica, y de clarificación de las ideas, un hecho que por tanto no considero negativo, sino la negación de una afirmación previa que deberá ir seguida por una nueva afirmación, a un nivel de comprensión mayor: me refiero a que, en las recientes e históricas Jornadas Feministas Estatales de Granada, al mismo tiempo que entraba en ellas en tromba el transfeminismo (nueva afirmación), se preparaba una fiesta de clausura reservada para mujeres, que se quiso cerrada para hombres (negación de la previa afirmación del dominio masculino), lo que despertó una fuerte contestación por los sectores más renovadores.

Si los efectos del no-binarismo en el feminismo son espectaculares (las consecuencias de todas estas aparentes minucias son inmensas), los que pueden tener en los colectivos trans son grandísimos en teoría, aunque en la práctica lo único que hacen es confirmar la validez de muchas prácticas personales.

Precisaré que, entre las personas trans, hay muchas que tienen una identidad definidamente femenina, otras muchas que tienen también una identidad definidamente masculina y otras muchas que tenemos una identidad o unas identidades que a falta de una mejor descripción definiremos como trans.

Pues bien, el no-binarismo y la teoría de los conjuntos difusos de género dan a cada una de esas identidades un sitio justificado lógicamente, a la vez que les permiten afirmar los puntos de contacto o intersección entre conjuntos.

Una vez afirmado y entendido que, más que mujeres, existe un conjunto difuso de mujeres, que abarca a una gran variedad de seres humanos, resulta natural que entre ellas estén las trans femeninas.

Lo mismo se puede decir frente al anteriormente entendido como conjunto cerrado de hombres, tan cerrado, que en definitiva dejaría fuera a numerosos varones. En cuanto vemos que en realidad es un conjunto difuso de hombres, resulta natural que entre ellos se considere a los trans masculinos.

Si, como efecto de todo ello, vemos que también existen conjuntos más difusos todavía, como el de los intersexuales o andróginos, que tengan identidad intersexual o andrógina (y no masculina o femenina), resulta también más natural que las personas trans con identidad intersex o neutra, o la que queramos decir, tengamos plenamente nuestro lugar en este conjunto difuso.

Por otra parte, por la manera de exponer lo que hasta ahora he dicho, se discierne claramente una de las intersecciones entre estos conjuntos difusos: la condición de trans, de personas que hemos hecho una transición de género, común a trans masculinos, trans femeninas y trans neutros, o ambiguos, o intersex, o como queramos decirlo.

El cambio de unos conceptos a otros es tan fuerte que, teóricamente, sería incluso conveniente ajustar con mayor precisión el mismo nombre de “trans-sexual”, entendido hasta ahora como persona que transita de un sexogénero (cerrado) al otro (no menos cerrado)

Se puede entender desde ahora como persona que transita externamente de uno de los conjuntos difusos a otro, bien sea de las formas más diferenciadas de uno a las formas más diferenciadas de otro, bien desde, o hacia las formas menos diferenciadas de uno u otro.

Es decir, se puede transitar hacia un modelo Stallone, con toda conciencia y voluntad, o hacia un modelo Jennifer López, con la misma conciencia y voluntad, y todo eso es legítimo, u optar por quedar en una zona menos diferenciada, y sin embargo difusamente masculina o femenina, y también es eso legítimo.



Si se piensa en esta segunda posibilidad, la transición resulta inmediatamente menos definida, e incluso se puede afirmar que a veces casi no hay transición, que la persona permanece simplemente donde está, en un lugar relativamente alejado de los centros más densos y definidos de esos conjuntos difusos.

Ni que decir tiene que las actuales "pruebas de la vida real", realizadas con presupuestos binaristas por las unidades de género, dejan de tener sentido. Yo (cualquiera) podría pretender una transición de hombre a mujer, y optar por vestir vaqueros y saquitos anchos.

Justamente, y ya históricamente, en su corta historia, el no-binarismo, o su consecuencia, la teoría de conjuntos difusos de género, lo que hace es darnos un lugar racional a las muchas personas trans, sea que entendamos nuestra identidad como cercana a los centros de los dos mayores conjuntos difusos, el de hombres y el de mujeres, sea que nos entendamos lejos de esos centros, en la periferia más difusa, es decir, que no queramos ser hombres (difusos) ni mujeres (difusas), sino simplemente nosotros mismos, asumir nuestra singularidad.

En los dos casos, la palabra transexual gana en agilidad o flexibilidad o comodidad al tratarse de la plena inserción en conjuntos difusos y no cerrados.

En los conjuntos cerrados, en efecto, era preciso afrontar su cerrazón; su definición cerrada, caracterizada por la lógica del sí o el no (XY sí o no; XX sí o no; o genitales de esta forma, sí o no; o de la otra, sí o no) podía siempre intentar cerrar el paso a quienes no coincidieran con ella.

En cambio, la definición difusa de hombres puede incluir por igual a varones XY o XX. La definición difusa de mujeres incluye por igual a mujeres XX y XY (y en los dos casos, a otras variantes cromosómicas) con las consecuencias revolucionarias que hemos visto para el feminismo.

Por otra parte, la persona transexual no tiene que preocuparse demasiado por no alcanzar una igualdad perfecta con las personas que están allí de nacimiento, pues en realidad, unas y otras pertenecemos al mismo conjunto difuso, en el que siempre hay un más y un menos. La lógica difusa es la del más o menos, no la del sí o no, y en esto consiste su adecuación a muchas de las realidades humanas.

fuente: Kim Pérez, Outgender