Quizás lo más importante que debe saberse acerca de la sexualidad masculina es que está íntimamente vinculada a la identidad de género masculina. El desempeño físico exitoso de la sexualidad masculina es esencial para la confirmación de la masculinidad de los hombres.
Podemos encontrar evidencia de ello en los relatos de los hombres heterosexuales acerca de su experiencia de sexo con las mujeres, y en el significado que para los hombres tiene el no poder tener un desempeño sexual apropiadamente masculino. En relación a lo anterior, las encuestas de Hite (1981) revelan la experiencia del coito pene-vagina como una verificación de la identidad masculina. Cualquier falla en el desempeño masculino (pérdida de la erección o, en particular, ausencia de erección) es experimentada por los hombres, en términos profundamente genérico, plantea la amenaza de la pérdida de su hombría, y provoca, en muchos, humillación y desesperación [Tiefer: 168].
Una de las cualidades del discurso dominante sobre la sexualidad masculina también está implícita en esto; la sexualidad masculina está basada en desempeño y potencia. El tener una buena "técnica sexual" -- definida como una serie abstracta de habilidades -- y poder "dar" muchos orgasmos a la mujer, son los elementos que definen la hombría. De acuerdo con Leonore Tiefer, el desempeño sexual masculino tiene tanto que ver con la confirmación de la masculinidad y la posición entre los hombres como con el placer o la intimidad [Tiefer: 167].
Los mitos sexuales que son base del modelo dominante de la sexualidad masculina son eficientemente resumidos por Fanning y McKay, de la siguiente manera. Los hombres siempre deben desear las relaciones sexuales y estar preparados para ellas. Un "verdadero hombre" nunca pierde la erección. El pene debe ser grande. El hombre siempre debe llevar a su pareja al orgasmo o, preferiblemente, a múltiples orgasmos. El sexo sólo involucra penetración seguida del orgasmo. El hombre siempre debe saber qué hacer en el sexo. El hombre siempre debe ser agresivo. Todo contacto físico debe conducir al sexo. El sexo debe ser natural y espontáneo.
Existen varias imágenes comunes de la relación de los hombres heterosexuales con la intimidad y las emociones: los hombres somos vistos como "emocionalmente incompetentes" y "emocionalmente estreñidos" [Doyle: 158]. Intentamos satisfacer todas nuestras necesidades emocionales a través de una mujer, sin hacer lo mismo por ella. Así se da una división emocional del trabajo, en la cual la esposa o compañera provee todos los servicios, tanto emocionales como sexuales. Este patrón se entrelaza con la forma en que los hombres comúnmente descuidan sus amistades, las cuales raras veces son fuente de un profundo compartir y apoyo [Strikwerda y May].
Muchos hombres confunden el amor con el sexo; las relaciones íntimas y amorosas sólo pueden ser obtenidas por medio del sexo. Para la mayoría de hombres heterosexuales adultos, las relaciones sexuales son el único espacio donde reciben abrazos y sustento emocional, y en el que son tratados con afecto y amor [Kaufman: 241].
Las relaciones íntimas de los hombres tanto con hombres como con mujeres son fundamentalmente estructuradas por la homofobia y la misoginia. La masculinidad se define por lo que no es -- no femenina -- y las cualidades femeninas estereotípicas son denigradas. Las relaciones íntimas entre hombres son tratadas con miedo y odio intensos, y todo acercamiento es visto con suspicacia.
Hite y Colleran describen el desigual contrato emocional que es común en las relaciones heterosexuales: el hombre se reserva una apertura emocional igual a la de la mujer, trivializa a su pareja y no la escucha, y luego le pide amor, afecto y comprensión [30]. También describen una serie de patrones que me son familiares -- confusión y ambivalencia emocionales, descalificación de las mujeres, desvalorización de los sentimientos de las mujeres, y también el creer que su percepción de la realidad es correcta, mientras que las percepciones de la mujer son locas, neuróticas o simplemente incorrectas.
Al examinar la sexualidad de los hombres heterosexuales y el carácter de sus relaciones sexuales con las mujeres, debemos reconocer la presencia de la violencia de los hombres contra las mujeres. Empezaré describiendo la singular contribución de las mujeres feministas a nuestra comprensión de la violencia masculina.
En primer lugar, las feministas han documentado la experiencia de las mujeres acerca de una gama de formas de violencia, incluyendo violencia sexual, golpes, abuso y acoso hacia niños y niñas, y el generalizado temor de tal violencia que las mujeres experimentan. La violencia de los hombres contra las mujeres está muy diseminada y es socialmente legitimada. En segundo lugar, las feministas han criticado las explicaciones que patologizan e individualizan la violencia de los hombres, argumentando, por el contrario, que la violencia es la expresión normativa de una masculinidad construida como agresiva, coercitiva y misógina. En tercer lugar, esta crítica, a su vez, ha problematizado un número de distinciones comunes en los discursos dominantes sobre la violencia: entre la conducta "típica" y "aberrante" de los hombres; entre "víctimas" y no víctimas; y entre "ofensores" y otros hombres. Finalmente, las feministas han aportado la reflexión de que la violencia de los hombres es un elemento importante en la organización y mantenimiento de la desigualdad de género.
A finales de los años setenta y ochenta hubo un cambio importante: la sexualidad masculina y la heterosexualidad fueron vistas cada vez más como fundamentalmente implicadas en esta violencia [Edwards]. Escritoras tales como Adrienne Rich, Kathleen Barry, Andrea Dworkin y Catherine MacKinnon argumentan que, bajo el patriarcado, la subordinación de las mujeres es erotizada y la violencia se ha hecho "sexualmente atractiva". Para estas autoras, la sexualidad es vista como el sitio central de la supremacía masculina y fundada en un régimen de heterosexualidad obligatoria. Este régimen involucra la invasión, colonización y destrucción de los cuerpos de las mujeres, de los espíritus de las mujeres y de las mujeres mismas. Más aún, la sexualidad masculina está fundamentalmente implicada en la violencia de los hombres y en la perpetuación de la supremacía masculina. La sexualidad de hombres (tanto heterosexuales como homosexuales) es vista como depredadora, agresiva y fundada en el deseo de ejercer poder y control sobre las mujeres.
Una de las más importantes reflexiones en esto es que a los hombres se nos enseña una sexualidad violadora: se nos enseña a ser sexualmente violentos. Se nos enseña a comportarnos en formas agresivas y coercitivas, y se nos enseña a creer que está bien ser así. "No" aparentemente significa "sí", y podemos evadir nuestra responsabilidad a través del discurso del incontrolable impulso sexual masculino.
Otros elementos contribuyen al potencial coercitivo de los hombres en las relaciones sexuales con las mujeres. Está, por un lado nuestra socializada sordera hacia ellas. Está nuestra tendencia a interpretar la conversación y las caricias en formas más sexuales de lo que lo hacen las mujeres. Están, a menudo, nuestros intensos deseos de intimidad, que pensamos que sólo puede ser alcanzada a través del sexo. Y está también el hecho de que todo esto tiene lugar en una cultura en la cual existen imágenes que erotizan el sexo forzado.
Creo que es vital el reconocimiento de estos hechos. Al mismo tiempo, debemos tratar de evitar lo que veo como los tres problemas potenciales en estas áreas.
(1) En primer lugar, no veamos la sexualidad masculina y la masculinidad en formas esencialistas, ahistóricas o totalizantes. Ni la violencia ni la masculinidad son fenómenos aislados. Lynne Segal escribe en Cámara Lenta: Cambiando a los hombres, cambiando las masculinidades (Slow motion: changing men, changing masculinities) que, "en términos de desarrollar una política sexual contra la violación y la violencia masculina, no ayudará en absoluto el rehusarnos a distinguir entre hombres que violan y hombres que no violan" [Segal, 240]. Segal argumenta que las relaciones de raza y de clase estructuran diferentes formas de masculinidad y a la vez producen diferentes probabilidades para la violencia.
(2) En segundo lugar, al describir las razones por las que los hombres actúan como lo hacen, tengamos cuidado de no confundir el efecto de la violencia con su intención [Liddle, 764]. Las acciones de los hombres son a veces presentadas en una manera unidimensional e instrumentalista: los hombres somos violentos u opresores porque ello sirve a nuestros intereses políticos, y la violencia es el "arma" del control masculino. Ciertamente concuerdo en que la violencia de los hombres tienen el efecto de ejercer control social sobre las mujeres y perpetuar los privilegios masculinos, pero ello no necesariamente significa que ésta sea su intención.
(3) Finalmente, quiero argumentar que este sistema de opresión, este patrón del poder de los hombres, no es total y no es absolutamente dominante. Por ejemplo, no estoy de acuerdo con el argumento de que las relaciones sexuales heterosexuales son siempre opresivas. Creo que hay espacio para la resistencia a las relaciones de poder y para la negociación de éstas. Y no quiero definir como inexistentes las acciones de las mujeres y su placer en las relaciones tanto heterosexuales como heterosociales.
Si analizamos la experiencia vivida de los hombres en la práctica sexual y las relaciones sexuales, encontramos que éstas no se reducen a dominio masculino. Claramente, hay formas en las que el despliegue de sexualidad masculina da a los hombres poder y control sobre las mujeres. Por otro lado, tal como Lynne Segal afirma, "para muchos hombres, es precisamente en las relaciones sexuales donde experimentan su mayor incertidumbre, dependencia y deferencia en relación a las mujeres -- en marcado contraste, muy a menudo, con sus experiencias de autoridad e independencia en el ámbito público". [212]
Estos problemas, sin embargo, no le restan nada a la importancia fundamental de esta crítica y sus dos cruciales reflexiones, que son el hecho de que la violencia y otras formas de coerción están presentes en las relaciones heterosexuales cotidianas, y que la heterosexualidad no es simplemente una relación libremente escogida entre individuos, sino que está arraigada en las relaciones institucionalizadas de poder.
Los hombres debemos analizar críticamente nuestra práctica sexual. Debemos hacer que el consentimiento sea la base fundamental de nuestras prácticas sexuales y nuestras relaciones. Más aún, ello requiere de una negociación verbal explícita. Requiere de preguntar/decir: "¿Te gusta esto?", "¿Cómo te sientes?", "¿Puedo entrar en ti?", "Me gustaría hacer (esto o aquello). ¿Quieres hacerlo tú también?". Y tenemos que aceptar que "no" significa "no".
Creo que todo esto conduce a tener una mejor relación sexual. Al hablar y compartir construimos confianza, lo que a su vez construye pasión. El sentirnos seguros y en control de nuestras opciones puede ser algo muy excitante [Weinberg and Biernbaum: 32]. Y esto construye intimidad y mutualidad sexuales.
fuente: La sexualidad de los hombres heterosexuales, Michael Flood, traducción de Laura E. Asturias
Érase una vez un trabajador que no fue a la huelga para joder a los
sindicatos...
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Muy bonito en la teoria. Pero en la practica ellas terminan abandonando al hombre que "no cumple", se rien del hombre que tiene el pene pequeño, ellas disfrutan siendo sumisas en el sexo, se van con hombres sexualmente potentens y engañan a sus maridos que les quieren peeeero etc etc...
ResponderEliminarYa estamos cansados de que a los hombres se nos niegue nuestra forma de entender el sexo y tengamos que pensar como ellas.
En lo unico que estoy de acuerdo es en el mutuo acuerdo de como quiere una pareja que sean sus relaciones sexuales pero de ahi a un
"puedo entrar en ti"
Por favor... aparte de lo gilipoyesco de la frase, pasamos de un "entro porque yo quiero" a un hombre temeroso y que tiene que pedir permiso para tener relaciones sexuales con su pareja, esporadica o no...
No digamos ni pensemos cosas que deberian hacer los hombres sin que se pase por el mismo filtro a las mujeres... una mujer nunca preguntaria ¿puedo meter tu pene en mi vagina?... a que no.. a que se veria tomado como una conducta pasica y de suminion donde ella tiene que pedir permiso... pues eso...